Existe ese momento en la vida, ya hablé de él más veces. Ese momento en que crees que nada puede ir mal.
Ese minuto de gloria en que te sabes con el poder, con la carta decisiva de la partida contra el destino. Ese horizonte cercano, esa meta alcanzable.
Te miras y no te ves. Te sabes tú pero un tú lejano que nunca has sido, como si se hubiese estado gestando la aparición de una vida tras el hilo de seda de la adoración. Tras la mordaza de la desdicha, tras la...
Y crees... Y sientes... Y sabes que hay un fin al desierto, que lo que ora sea lloro, luego será reir.
Y cruzas. Y pasas, porque sabes que puedes.
Y llegas.
Y miras atrás.
Y lo que atrás era yermo pedrero, la colina del descontento, la rúa del amargor y el monte de la vigilia pasan a ser al frente la portalada de la desesperación, el inalcanzable pico del olvido y la calle del ataúd.
