Y va el tiempo y va la gente. Se mueve el mundo y nunca para, todo cambia, todo a peor, todo pasa como si nunca hubieramos existido para nadie. Aquel al que quieres se aleja como movido por cables, mecánicamente, flotando en la niebla espesa del olvido, caen en la telaraña del rencor, en las redes del recuerdo. Caen, a veces, en las heces del vino, en las espumas de la cerveza...
Nunca suben en la crema del mar, nunca se humedecen. Nunca en las burbujas de la saliva, chispitas, crepitar de vida que suena en la oscuridad, en la penumbra, en una sonrisa cerca. Nunca se calientan en un cigarrillo en el silencio cuando puedes escuchar el crujir del papel y las hojas al quemarse, la profunda hache de una respiración: Siempre son último estertor, nunca suspiro.
Sin control, sin tiempo, sin vida. Sin recuerdo. Sin confiar, todo miedo, todo pensar, creer, esperar. Nunca preguntar qué creer, qué piensas, todo suponer. Sin esperar, sin saber.
Todo adelante. Todo es correr porque en nada merece la pena perder un segundo cuando los segundos son los que nos pierden a nosotros.
Y así la vida, así la muerte nos acaban sin saber lo que somos, olvidando lo que fuimos. Así el pasado no es recuerdo, el futuro nunca será presente y el presente no es.