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Homecillo y mala voluntad

El diablo, decía Sancho, que nunca duerme y que todo lo añasca.

Soñé en una noche, esta, de esos sueños febriles y de venir e irse tantas ideas locas, canciones y palabras a la cabeza. Soñé, decía, una pesadilla. Allá se mezclaron terrores tecnológicos con los quebrantos imaginados que uno tiene en el deber. Duelos contra la sombra de uno que tanto pesa a la espalda cuanto más pasa el tiempo porque más le va echando a la columna contable.

En aquella pesadilla la tecnología se empleaba en contra de uno como la vida misma se afiló en su día para clavar mi espalda. Se usaba contra mí. La usaba. Como en la canción, tal vez, te provoca risa verme tirado a tus piés.

Más se yo que si. Más quiero pensar que no. Pero recordé hoy, ya de amanecida que aquellas frases de Sancho, quizá tuvieran sentido en la realidad porque, antes, la tuvieron. Por supuesto que la tuvieron. Siempre la tuvieron porque nunca Dios escribió una palabra fuera de sitio ni mi vida fue distinta que la que describe. Sólo, quizá, tenga que recordar. Con sólo recordar ya se que Sancho contaba la verdad: "quien me contó este cuento me dijo que era tan cierto y verdadero, que podía bien cuando lo contase a otro afirmar y jurar que lo había visto todo: así que yendo días y viniendo días, el diablo, que no duerme y que todo lo añasca, hizo de manera que el amor que el pastor tenía a la pastora se volviese en homecillo y mala voluntad".

El diablo todo lo añasca y, aunque Sancho confunda términos y a homicidio no llegues (que sabe dios), mi pesadilla iba por ahí pero peor y en peor estuve, claro.

Homecillo y mala voluntad.