Sábete, Sancho, que no es un hombre mas que otro si no hace mas que otro.
Tal decía Don Quijote sobre tanto padecer y que no era más que el anuncio de venir mejores tiempos. Pero la enjundia y gracia de la frase es aplicable a la vida del que suscribe en el punto que ahora razona.
En este diario dije que he arribado a cien riberas y todo el mundo me habla porque parezco escuchar o algo. Y por el ser borrachuzo acabé hablando con gentes de tantos países que sólo quieren llorar a alguien y tantos sitios he visto que se asoman al recuerdo como si fueran ensueño o sueño que, es condición del mortal, llegar a no distinguirlos.
Y, estos días, estuve allí presente y trabajando en la superficie construida más grande del continente. Cuatro pisos donde hay cuatro y tres donde no caben. Quinientos metros de eslora y más de doscientos de manga por la parte que toca a donde van a poner máquinas y ropas y todo moviendose solo por el genio humano que parece no tener fín... en un mal día de bruma, no se ve el final del artificio. Un sitio tan grande como nunca vieron mis ojos y que fue hecho sobre barro robado al mar, cimentado a toneladas de hormigón y agua que ayude a fraguar. Todo cercado y con fauna dentro porque se ven conejos en la parte que parece imitar a un jardín.
Un sitio donde trabajan, quizá, doscientas personas, donde van a trabajar, quizá mil. Un sitio para el que van a hacer un aeropuerto porque, estando al diez o veinte por ciento de lo que va a manejar, aterrizan ya demasiados aviones en el tal comercial de Schiphol.
Cada persona que puso un tornillo para hacer aquél desaforado gigante hizo más que yo y vivirá mas que yo por cuanto de catedral tiene el invento. Por cuanto de obra trae. Por cuanto vivirá como hijo de la mente y la mano del hombre.
Y sitios como aquel en parajes tan dispares como aquel lo es al valle donde nací y al terrero que me entierre... sitios tales hay, parecidos, por todo lo ancho que el mundo pueda ser, levantados por el hombre que hace mas y es mas porque lo dice mi biblia. No La Biblia mas la mía.
Y cruzaba esta semana tales naves porque, jaja, hay más de una, mis ocho minutos de ida y tantos otros de vuelta pars buscar café y miré al fondo de la nave. Miré y no quitaba ojo allá al fondo a un inconmensurable medio kilómetro de mi y aún dentro de la casa a aquella gente pequeña y aquellos techos tan altos y las máquinas mover cajas y perchas y ropa e iluminarse y cambiar, empaquetar, enviar... y todo aquello tanto era que me acordé de la frase y dije en alto sin que nadie pudiera oirme que tanto lejos estaban: sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro... y tú eres un puto inútil.