Me encontré contigo en el cine el otro día. Me pareció extraño. Estabas como siempre, tocando los cojones al personal. Más que verte te notaba. Eras tú, estabas allí atrás diciendo mongoladas a cada escena de la película. La gente por mi zona estaba indignada acordándose de toda tu familia, viva o no.
Te veo donde quiera que voy, Vislumbro tus ojos tras el metacrilato del papamoscas de ese casco Nolan que te costó la paga de medio mes, porque para otra cosa no, pero para los caprichos del niño, el sueldo de obrero de tu padre sí que vale. Pasas con ese casco y “el amotito trucao a setenta y cinco” a escape libre, sólo por joder, haciendo ruido y poniendo de mal humor a la gente… Cuando vas en coche llevas la mierda del bacalao a todo bombo y aún hay gente que se gira para mirarte, dándote una razón para seguir haciendo el gilipollas de esa manera. Derrapas para aparcar y arrancar… Tu coche no es una herramienta, es… Es tu coche una extensión del bar y más de una vez te he visto cacharro en mano conducir o parar a hablar por el móvil, circunstancia esa única bajo la que te detendrás a tener cuidado, cuando tengas las dos manos ocupadas y no haya más remedio. Encima, dejarás el coche cortando cuanta más calle mejor y tú y tu colega bloqueareis los dos carriles para hablar por la ventanilla.
Allí estabas hoy comiendo pipas tan tranquilo mientras tu coche de doce mil válvulas, chorricientos caballos y veintipicomil eurazos de popó reposaba con las luces de emergencia parpadeando en medio justo de la parada del bus… Los demás conductores se tienen que ajustar a tu capricho. Eras tú, esos pantalones con los tiros por las rodillas te delatan… Sobre todo cuando vas sin coche y sin moto porque tienes que dar saltitos para subirte a las aceras y los autobuses, además de ir enseñando los “gayumbos” a todo el mundo quienes, por otra parte, podía pasar, tranquilamente, sin esa visión tan única y personal de ti.
Te conozco chaval, no sabes más que molestar. No has nacido más que para tocar los cojones. Tienes quince y eres así, tienes treinta y sigues igual. Se puede esperar que un día encuentres con alguien que te ponga una multa por ruido, te quite puntos del carné por entorpecer el tráfico o te cruce un par de veces la cara por tocarle los cojones cada día en cada esquina del puñetero mundo que crees que es tuyo y sólo para ti.
Así que, chaval, vete al fútbol, seguro que ahí no molestas a nadie.