Una carta para mí.
Recibí una carta. Querido... Estimado... Nunca apreciado como se merece... Decía, más o menos, tampoco la voy a transcribir completa. Aun no la he tirado, ayer la ví.
Empezaba a su estilo, seguía al mío pero sin insultar y me dejó cariacontecido, patidifuso, sentado, tirado esperando, pensando. Madre, parece que fue ayer.
Era spam, era todo mentira, decía, lo que me han dicho quizá dos veces dos personas distintas. Decía que después de hablar conmigo se había quedado en relajo de preocupaciones. Puede que yo en esa ocasión ni siquiera lo hubiera intentado. En la otra sí, la otra fue después y tras una conversación telefónica en la que tranquilicé a alguien, parece ser, de verdad.
Ahora el tiempo pasó y pasa y nos pasará hasta que nos mate. Como va a morir, con todos los papeles ya listos y sólo esperando el día que no es lejano, la otra persona que aquella vez tranquilicé por teléfono. Se apaga.
Y aquella carta, aquella que decía la calidad de especial del nota, lo mucho que se quiere al nota y lo inseparables que eran sus vidas... Ay, madre... Qué feliz era, qué miedo tenía ante esa nueva perspectiva para uno que se conforma con no sentir dolor en la vida por triste que la sienta.
Qué miedo daba perder y con qué razón sentía miedo cuando perdió. Sin haber tenido.