En un examen del latín, cuando los escolapios daban latines, en aquellos tiempos en que yo estaba en segundo de BUP, me pusieron, como no, un texto mitológico. Cuatro frases a analizar y una a traducir.
El texto trataba de Orfeo y Eurídice, su prometida, que era una ninfa como lo son todas las prometidas, pero aquella era la suya, de él y sólo de él. Hasta tal punto era de él que el día en que se iban a casar Aristeo, el malo de la peli, intentó raptarla y ella se resistió, cosa esta muy de extrañar tanto en la mitología como en la sociedad actual en las que, no sólo no se resistirían…
Pero a lo que vamos. Por pura casualidad o porque en los mitos no hay más que formas poéticas de lo que la cruel realidad nos muestra cada día, resulta que Orfeo era músico y poeta. Era tan bueno, el cabrón, que los ríos cambiaban su curso, se doblaban los árboles y se desplazaban las montañas sólo para acercarse a escuchar. Orfeo heredó de sus padres, Apolo y a musa Calíope, la poesía y la música.
Así que, no se sabe por qué regla de tres, supongo que la música y la poesía, Eurídice se enamoró de Orfeo. Iban a casarse, en eso quedamos, y ella escapó del intento de rapto de por parte del pastor aquel. Eurídice al huir pisó una víbora con cuya picadura enfermó y murió. Orfeo, como cualquier hombre haría, no resistiendo el no tener, el perder a Eurídice, creyéndola lo más que había tenido y todo lo que podía llegar a tener partió hacia el infierno, a intentar rescatarla.
Por aquel entonces el infierno era un sitio oscuro donde iban todos los muertos, buenos o malos en el mismo tonel. Iban por allí a olvidar el pasado, dejar las penas y pasarse el rato que tampoco era eterno, era más bien un esperar. Allí vivían las sombras porque los griegos y romanos llamaban “sombra” a lo que ahora la gente llama “espíritu”, hasta el punto de creer que los muertos no hacen sombra.
Llegó, pues, Orfeo a las puertas del hades donde el cancerbero no dejaba pasar a los vivos y aprovechando que casi todo semoviente e inerte disfrutaba con su música arriba en la tierra de los vivos, intentó marear al perro con un toque de lira lo cual dio buenos resultados dejándole franca la puerta y próxima la visita al rey del infierno: Hades.
Hades se enfadó. Supongo que sería normal en él. Pero conociendo al chaval, si me tocas te pongo un cubata o te suelto a la parienta, lo que más te fastidie… Así que Hades se enrolló bien y por una copla con la que el dios se emocionó sobre manera, Orfeo consiguió salvar de la misma muerte a Eurídice que era su amada. Tan amada que ni siquiera pudo cumplir la mínima condición que Hades le impuso: No mires atrás, le dijo, no puedes ver a Eurídice hasta que salgáis del inframundo.
Orfeo y Eurídice corrieron hacia la salida. La premura, la prisa por saber, el ardor de Orfeo… Hay que fijarse en que era poeta y no rico y que lo suyo sí era querer. Que lo de Orfeo era eso que se llama “amor”. Así la cosa, Orfeo no pudo resistir y miró atrás, miró a Eurídice que, al instante, se transformó en una estatua de sal.
Se ve que cuando sales del infierno no se puedes mirar atrás.