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Tanto ruido

Suena Charles Trenet, “La Mer”. Que tan bien rehizo Bobby Darin y otros tantos tras él salvo Miguel Bosé…

Y es que hoy voy de crítico musical. Como buen crítico no me salgo de las óperetas de ducha y, declaro ser incapaz de enristrar tres notas sin desafinar. Ayer fui a un concierto que, como poco, no me gustó, pero dije que iba a escribir una crítica completa.

Así que a ello y, puestos a poner antecedentes, diremos que no me gustan las músicas que no se pueden aprender o que son llevar ritmos por que sí y que no se salen del riff o como cojones se diga, vamos que no hay más que acompañamientos variados y la puñetera melodía hay que inventársela si es que quieres que te agrade. De eso no tuve ayer y menos en la segunda parte del concierto donde el espectáculo estaba garantizado, pero no el musical, por supuesto.

A decir verdad, desde el principio me olía aquello a disgusto porque soy bastante raro y escéptico, como en todo, en eso de los gustos y para dar con el mío hay que rascar muy al fondo. Además, de haberme gustado no lo admitiría ya que es lo peor que se puede hacer en este mundo, mostrar debilidades.

Me toca pues decir que la organización era un fracaso. Había un muy limitado espacio para los actuantes encerrados entre puestos de gogó y descomunales “gigowatios” de potencia sonora en forma de bafles que desbordaban las necesidades de la sala en muchos miles de lo que las unidades del sistema internacional reserven para nombrar los excesos de ruido.
Así aquello se acoplaba a la menor, pitaba y sonaba siempre con ruidos eléctricos por pasarse del volumen soportado tanto por la instalación como por el de los oiditos del nota que no están tan sordos acostumbrados a tal prodigalidad de ofensas vibratorias. Desde el baño, aun siendo excesivo, se podía soportar.

Pasada esa mala impresión llegó la hora de “oir” tocar. El grupo tiene ilusión y, allí los veías algo atados al principio y tirados a la calle llegando las últimas canciones. El cantante, el cabrón, tiene lo que hay que tener, desbordaba simpatía desde el principio y, aunque no se qué cojones cantaba salvo en una de las canciones, invitaba a pensar que él si que lo sentía. Actuaba como el mejor y pasaba de graves a agudos como nunca yo había visto, “acostumbrado” como andaba a los guarros que tocaron después con los gruñidos de siempre que, aunque simpaticotes, no tenían nada de musicalidad de la que quisieron hacernos alarde los cabeza de lista.

Así el prodigio de alegría y desborde físico del cantante quien él mismo me comentó “¡y eso que ahí nu hay sítio pa ná!”. El resto del equipo estaba a lo suyo sin mirar a nadie y sólo de vez en vez levantar la cabeza del plato para sonreirle al fotógrafo de turno o a alguien del resto del grupo. Vese entonces que son primeros, primerizos o que, como los segundos, no llevan decenios tirados en cerveza y guitarras por los bares de las aldeas aledañas. Quiero decir que la pasividad, a pesar de que se puede compensar por aquella falta de espacio que había en el escenario, era algo… No se decirlo… Hacía perder carisma al grupo, bien formado por otra parte y contando, incluso, con una mujer.

El tema instrumental, que lo hubo, era como el resto. El rasca-rasca de la once, echando yo en esos momentos de menos a Ventures, Shadows, a las Fender silvando melodías “clásicas” del pop o ya, que sean nuevas, que se puedan apreciar y aprender como merecen con un sonido más límpio, más “pop” o como lo quieran llamar, con menos ruido y con temas musicales de oido cotidiano sobre cuyos también repetitivos compases se puede colgar cualquier tipo de letra o color innovando, si es eso lo que se pretende, en mil maneras lo que otro habría hecho con anterioridad pero sin que eso signifique destrozar el progreso.

Dicho esto sin ánimo de ofender.