se levantó. Tuvo esa extraña sensación de no ser nadie, de ser otra persona. Es una sensación que da a toro pasado, cuando al fín recuerdas quien eres y parecía que antes no eras nada: te despiertas y el cuerpo se maneja solo hasta llegar a la cocina, donde recuerdas que ayer al acostarte te sentías fatal.
El cansancio del día a dia, el que nunca llegue el viernes y el que un fin de semana sea la rutina de intentar conocer gente interesante con las herramientas que el mundo nos ha dado... Qué asco de vida. Se dijo. Nunca conoces a nadie, nadie dice la verdad ni delante de su madre. Para qué carajo habría aceptado yo eso de conocer a su madre, él ahora me ningunea y a ella la tengo que saludar. Quién me mandaría ser buena.
Se miró al espejo.
He adelgazado, se dijo. Forzaba, quizá, un poco los músculos para ver su vientre plano. Se frotó los ojos, dejó las manos en la encimera y mientras rodaba el agua por sus mejillas, levantó los ojos para verse en el espejo. Aun una niebla cruzaba sus ojos y desenfocaba su mirada. No se dió cuenta mientras perdía horizonte y se adentraba otra vez en su pesar.
Recordaba un nombre, una vida, una sensación. Cómo lo vivido pudo ser tan bueno, como al recordarlo puede ser tan, tan malo. Es un sino de la conciencia y, quien no la tiene, símplemente vive cada minuto, se decía, símplemente él vivió de mí como quien come pan.
Cuando se dió cuenta, se cercaba el pecho con los brazos, como protegiéndose y llegaba su barbilla a tocar el hombro encogido, como estremecido de frío. Volvió en sí, retornó los ojos al espejo que aún la estaba esperando para ayudarla a terminar de lavarse.
Ahora la niebla estaba en el espejo y no la dejaba verse. Hizo su palma chillar contra el cristal mientras apartaba el vaho. Entre sus dedos aparecieron unos ojos tristes, detuvo la mano y se dijo: Soy yo. Yo no era así. Esa mirada, esa arruguita. En diciembre taitantos, nadie lo sabe, no lo voy a decir nunca.
Frotó la mano contra el espejo, acercó un cepillo al pelo. Hoy le voy a ver, sí, a él, a mi innombrable. Hay alguien sin nombre a quien veré. Hay alguien que no quieres que nadie sepa, alguien que sólo sabes tú. Hay un alguien del que arrepentirse, del que esperar. No se si me lo digo o me lo pregunto. ¿Hoy le voy a ver?
Y una vez más, un tironcito del cepillo en el pelo trajo el ensueño y una vez más la niebla y el mundo se fundieron en el punto donde todos estamos mejor.