Vi a unos conocidos. Siempre pensé que, de haber cielo, ella estaría en él y de haber infierno, él sería un rey allí. La idea del ser, ahora, es tan vaga, que no llego a entender cómo es que puedo verles a la vez. Siempre pensaba que veía pasar por aquí a la gente que se moría de todos aquellos que recuerdo. Ja, me río. Qué número tan finito de almas para tanto tiempo me queda.
Por qué estaban juntos. Quizá en ese castigo que llevamos aquí, como el mío de conocer en los demás todos mis defectos, él sea el castigo de ella, ella el de él o quizá, conociéndolos, sea una mezcla. Él que nunca la respetó como persona ni como entidad de su pacto con ella: Era su mujer de tantas. Pero ella que le tenía guardado como en un devocionario. Así creo que, si hay alguien que goce del placer en este más allá que nos toca, es ella. Aunque quizá no, quizá esté como Tántalo, sedienta sin poder beber, hambrienta sin poder comer, necesitada, en fin, de lo que se pasó la vida esperando.
Y es raro. Es raro porque, cuando quiero recordar la vida de, la historia de, aquella anécdota sobre, no se qué cuento que leí. Cuando lo intento, no puedo. Sólo alcanzo a ver aquellas hormiguitas de luz que se escapaban de mi mente cuando cerraba los ojos aun sin recordar ya aquella sensación de tener ojos y carne para cerrarlos.
Así vivo en lo oscuro, tonto, como si nunca nada llegase a pasar (y no pasa) y sólo una explosión de luz, un flujo de cierta fosforescencia me indica que un recuerdo va a venir. Aun no he pensado quien vive porque no lo percibo pero, como en un sueño, quizá me indico a mi mismo quién va a ser. Esos breves momentos de consciencia antes de que vuelva la monotona muerte diaria que quizá haya durado ya eones porque no se calcular ni medir distancias, tiempos... En esos momentos, decía, parece funcionar mi consciencia, parece que se aviva la llama de mi razonamiento, la alegre brisa del recuerdo que, aunque traiga dolor, pesar por recordar o, quizá por creer que tal o cual no merecían haber muerto. ¡Y qué le vamos a hacer! Termino por decirme. Quizá ya haya sido hace milenios mi muerte y en la espesura del agujero negro que se ha llevado a la Tierra, al Sol, a todos los humanos hechos al polvo, al gas, del que vinieron, veo de vez en vez, cada millón de años, la partícula que representa una vida que fue.
Me alegro, por tanto, no sufro ya de ver morir porque ahora están conmigo, quizá un ratito nada más, pero conmigo. Tal fue la vida de todas formas, un guiño del universo, una broma de la casualidad que no dió más que para sufrir unos días y trabajar para no sufrir el resto. Y pienso esto en aquella lucidez, cuando aparecen las primeras chispitas de la mañana que ven mis ojos muertos, sin párpados que aparten la luz cegadora de la siguiente alma que viene a que yo la vea. Un segundo en el mundo, una centuria en la oscuridad. Un instante, de sonrisa, un alma más que ver. Un brillo en la eterna noche que me hizo recordar cuánto poco pasado. Cuánto queda por pensar. Quizá la luz dure más una vez, quizá pueda seguir recordándola y no quedarme tonto. Chispitas, chispitas de saliva cerca del oido, como suenan cuando alguien sonríe. Seseos, rumores, roces. El viento que grita, el runrun de un río. Un sonido trémolo, alegre, un compas, una caricia. Se acerca la luz, siento un ahogo, se ya quién es. Ah, lo recuerdo como si fuese hoy, ahora, como si estubiera sucediendo:
- ¿Que quieres? - decías
- Quiero... Hacerte sonreir
De toda la eternidad, del tonto tiempo, mi merecido descanso.
--
O quam cito transit gloria mundi.