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DIY

Ocurre que, en el curro, tengo que lidiar con una raspberry y la puta que parió al sistema de sonido de java (sin entrar en detalles).

Dada mi nula capacidad de concentración y la alta cantidad de enlaces, estaba mirando ahora ls página de Instructables a la que llevo suscrito desde que tienen subscripción otra que rss... Y, es que, vago uno, no se atreve a ponerse con estas cosas de "hacer cosas". Con ordenador es más fácil y no te manchas y, carajo, el día que pares, sigues mas adelante sin joder nada y sin que estorbe por casa... Es que uno tiene tizas de pastel y no pinta con ellas por no ensuciar y usa su tableta cuanfo le sale...

Al tema.

Estaba viendo cosas de raspberry y, como no, no pude evitar pinchar para ver qué hace la gente con madera. No se cómo, ni por qué, recordé un sucedido que hubo en mi casa con mi abuelo materno y un fontanero, Ramonín, que vino a poner tubos y calentador a mi casa... Quizá me lo esté inventando pero, lo tengo en la cabeza tan vívido como si contase qué me pasó ayer.

El fontanero hacía sus cruces en la pared y cortaba a paique tubos de cobre. Para hacer las esquinas tenía una herramienta con la que doblar los tubos al ángulo que él quería. Ni siquiera que calentar tenía porque, el cobre, es tan maleable como el plomo o mas. Quizá sea más porque el plomo perdería el ancho del tubo mientras que el bronce parecía vencer al dominio de aquella escuadra con asas como si quisiera servir conscientemente al propósito final que el hombre le había cometido.

Mi abuelo materno entretenía las horas... Las horas le pasaban a él... Fumando Ducados blando delante de novelas de pulpa de esas de malos y buenos del oeste en que el tal enjuto y el otro apuesto se miran mal y hay una moza que quita el frío de las soledades de aquel desierto con todas las románticas y tópicas pescas varias que, jaja, una vez hartado, podías cambiar en la perfumería de la plaza a tanto la bolsa. Al peso o al número, que no recuerdo... Pero si recuerdo, quizá, el ir de su parte con un buen taco y una moneda y volver con tantas como vine y con el mismo tacto de librito a mi medida que no sabría leer, de aquella, y aquel áspero amarillo gastado del papel y aquellas portadas de ilustración cincuentera rn colores de acuarela o pastel a trazos secos, colorete y labios rojos de rubia arrastrada sin su querer mientras un arrepujado se aparta y un valiente, de espaldas al pintor, se encañonan.

En eso, tan bueno como cualquier cosa, gastaba su tiempo mi abuelo. También en pelar y tallar a navaja algún mango bastón cogido en el monte de caña o árbol nuevo. En hacer filigranas con la corteza nueva al contraste con la madera joven, mucho más pálida. Espirales, anillos, enrejados. Lo que fuere.

Recuerdo que dejaba secar los palos colgados del tendejón, atados con cuerdas de las traviesas que sujetaban el techo de, si, uralita.

Aquel día, mi abuelo, preguntó al fontanero si podía dejarle aquel aparato de doblar tubos para hacer mango de bastón a una de sus varas.
-nun val pa eso - dijo Ramonín.

No recuerdo qué razones hubo pero, al final accedió. Dos paisanos tuvieron que apretar la herramienta y la caña rompió y astilló en toda la curva. Recuerdo que, tras eso, mi abuelo dejó atada la madera por ver si cogía forma... Aún así... Y secando colgada de la viga del fondo.

En el momento en que rompía, dijo aquello tan grave para él: ¡cagun la petenera negra!.

Unos segundos después dijo algo como: ¿cómo harán, entonces, pa doblar los mangos?

A unos tecleos, a un click, a una búsqueda curiosa de un vago como yo... Ahora se que, si cueces la madera, se ablanda al punto de ser maleable como el cobre de los tubos de Ramonín y escribo esto pensando qué podría estar haciendo una mente curiosa como la de mi güelo con la solución a aquella ilusión al alcance de un segundo.

Por supuesto y, dado yo, pasé a pensar en el instante que pasó desde su muerte. Cosas mías. Cosas nuestras.