Íbamos paseando cuando te detuviste delante de aquel escaparate. Mira, decías, como molan. Mira los otros... Puf... Era el momento perfecto. Asomaba yo detrás de tu pálido reflejo en el vidrio y saqué aquella gorrita, boina, lo que sea, que te había comprado. Blanca, como de fieltro o lana muy fina, brillaba en contraste con tu pelo.
Qué... dijiste... qué haces. Aplasté el sobrante hacia un lado te quedaba... Te quedaba...
Seguía yo asomando tras tu reflejo, casi no aparecía, casi no era yo. Te apreté contra mí y dejé de ser yo. No me reconocía. No podía ser a tu lado, no era mi figura y cada vez menos.
Gracias, dijiste. No me des, ya lo sabes. Lo se, da igual.
Ni el reflejo. Volví a mirar. Ni la gorra. Yo ya no estaba allí y tú nunca habías estado.