Sí. Ha vuelto.
Y ha vuelto con una especie de empirismo salvaje que siempre ha tenido. Puede que algún querido lector haya visto algún episodio de la serie Bones. En esta serie los personajes no son humanos, son personajes. Son unas máquinas inadaptadas para la sociedad, quien es científico no es religioso y no entiende lo religioso, llevándose a conversaciones estúpidas al respecto.
Tienen, pues, los guionistas que, parece ser, saben algo de ciencia, la extraña idea de que no hay más en el mundo que blanco y negro. Que no somos los ateos más que cachicos de carne sin personalidad ya que eso lo dan los sentimientos y éstos sólo los trae la religión.
Bones es entretenido pero, en esos casos, ridículo.
House en el primero de la cuarta. Tengo, dice, una habilidad para observar a la gente y al mundo. Tengo la capacidad de deducir lo que ocurre… Pero me equivoco.
Cuando uno es humano ocurre eso. Uno yerra, uno intenta adivinar la teoría que mueve los hechos, que los une, pero se escapa un nuevo detalle que la deja la que hasta entonces era teoría científica en teoría prosaica de esas que no es regla para explicar nada sino un simple enunciado de las creencias de cada cual.
El Dr. House no cura enfermos. Le intrigan los casos, si no hay nada extraño saca la consola y se pone a jugar, toca la guitarra o se droga, cosa que hace igualmente con la excusa del dolor de su pierna. A House se le mueren los pacientes y si no sabe por qué rabia y sigue buscando.
En el tercer episodio de la cuarta temporada (“57 segundos” o algo así), un paciente intenta suicidarse delante suyo pinchando con una navaja un enchufe, se muere, lo reviven y la explicación: una experiencia anterior cercana a la muerte resultó en los mejores cincuenta y siete segundos de su existencia. House le explica que el cerebro al ahogarse, al sufrir, al morir, libera todos esos opiáceos que sofocan el dolor físico, que provocan shocks naturales que pueden llegar a salvarte la vida si, sin mirar el dolor, atiendes aún a lo que pasa en el mundo. La visión de tunel, las alucinaciones, etc, no son más que física y química. La explicación no convencía al paciente que, decía, había experimentado con todas las drogas habidas y por haber… Aquello era distinto.
Otro paciente, uno prácticamente tetrapléjico, pedía acabar con su “vida terrenal”, “liberarse”, decía. Es una frase de alguien que espera algo más, como el tal Franco que dijo antes de dejar en paz al mundo: “Qué duro es morirse”. Como si fuese un trámite de hipoteca.
Enfadado, House, le dijo al paciente que no hay más que esto. No hay otra cosa, es lo que hay. El Dr. Wilson, el oncólogo, le discutía el por qué de quitar la ilusión a un moribundo de un más allá a lo que House respondía que estaba tomando una decisión basándose en una mentira. Wilson dijo, claro, como tu ya has estado y sabes más del tema…
Así que, para no perder razón y pensando en zanjar el asunto, House metió la navaja en el enchufe. No es que esto te vaya a parar el corazón (puede) pero para la ficción está bien. Así que House se fue a parir panteras un minutajo y volvió pensando como pensaba. Wilson le preguntaba intrigado si de verdad vio algo “más allá”…
Al final, mientras le tapaba la cabeza al cadáver del tetrapléjico, vamos, al tetrapléjico en sí, dijo: “Lamento decirte que te lo advertí”.
Habrá ahora quien diga que es una ficción, una serie de la tele, etc. Pero, señores, pensemos qué recordamos en primera persona de cuando Colón llegó a América, cómo nos emocionaban aquellos relatos de un nuevo mundo… Y pensemos ahora lo que vamos a recordar del año dos mil doscientos y cómo nos maravillarán todas las invenciones que habrá dado el hombre hasta ese momento… Sólo así podremos ver que somos nada y vamos a la nada.
La ciencia sólo nos trae incertidumbre y miedo, pero nos dice la verdad, la empírica, la constatable, lo demás es fantasía.