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Sin saber por qué

(¿Recuerdas?)

Llovía aquella mañana. No tenía nada de especial, ya que en la tierra que me tocó vivir, esas de lluvia, eran la mayoría de las del año. Un fin de semana cualquiera tocando ya las diez. Pero era el día de mi muerte.

Se muere uno sin saber por qué ni de qué. Se muere, simplemente. O le matan, el resultado es el mismo.

Vista ahora, la muerte no es aquello tan especial que nos querían vender ni aquello tan íntimo que uno creía en el que "el después" sería recordar cada segundo que hubo de agradable, de haberlos, en la existencia terrenal. No es tanto pero tampoco es mucho menos. Se recuerda la vida. Pero sólo la vida. No puede uno explicarse el por qué de su muerte ni ver el presente de los que se quedaron atrás. Es como si la cinta de vídeo se atascase en ese momento y uno se queda mirando al techo pensando: ¿qué me habrá pasado?

Me reí mucho de mi cara. Me da mucha pena verme, vuelvo atrás y veo mi niñez. Me pongo más triste y vuelvo a ver otros días que no fueron alegres pero tampoco desgraciados. Parece que lo que era mejor de mi vida no lo quiero ver.

Aquella primera alegría de la infancia que tan poco duró no me trae más que melancolía y aquellos mejores recuerdos de la mujer que más quise se mezclan con la cara de tonto que se me quedó buscando en la suya un por qué.

Recuerdo todo con pelos y señales y así me puedo pasar horas viendo cine o leyendo libros. Los puedo ver enteros y volver atrás. Así paso la eternidad que ojalá no existiese porque veo lo que ya se y quisiera saber qué ocurría en el resto del mundo y qué influyó en cada punto de tiempo de mi vida.

Estoy muerto y sigo padeciendo por todo lo que pasé y sufro de no saber por qué me ocurrían aquellas cosas.

Me siento a ver Sin Perdón y reviso aquella última escena famosa de "Ahora he venido a matarle a usted...". Allí el Will Munny tiene encañonado a Little Billy, caido en el suelo de un disparo anterior. Le arrima el cañón de su escopeta a la boca y Little Billy intenta detenerle diciendo: "No me merezco esto...", Will le mira interrogante, "morir así... Ni siquiera he terminado mi casa..."

Will Munny se echa la escopeta a la cara y dice: "No tiene nada que ver con eso."

Llovía aquella mañana y yo era feliz. Era un día cualquiera, una primavera... La mejor de mi vida. Tenía todo. En ese momento no era yo, era el yo de por las mañanas en ese punto en el que aún no sabes quién eres ni lo que te preocupa. Sentí un golpe en el pecho y perdí la respiración, me ahogaba, me desperté.

Cuando abrí los ojos, mi mujer, la luz, la mejor primavera de mi vida, se apretaba la mano contra la boca para ahogar un gemido. Lágrimas rodaban sobre sus mejillas y su mano cayendo sobre mí, tendido en la cama. Me ahogaba, intenté reflexivamente echar una mano al pecho y los dedos entontecidos notaban algo que conseguí ver al levantar la cabeza: Tenía un cuchillo clavado en medio del esternón.

No me lo creí y es el día de hoy, cualquiera que sea en esa tierra, en que no me lo creo. ¿Por qué? ¡No me merecía morir así!

Escruté el resto de la habitación, afiné el oído, no había nadie más por allí. Sin fuerzas, tendí mi cabeza y busqué un por qué en su cara, en sus ojos. Sólo pude ver miedo, no se si se arrepiente, no se si pagó por esto, no la puedo odiar por lo que se de ella. ¿Cómo iba a odiarla?

La muerte es tristeza, la muerte es ver todo lo que ya has visto sin que nada te explique algo de lo que ocurrió. He intentado buscar un gesto suyo, he querido adivinar un por qué y cada vez que un resquicio de duda me da una razón no puedo pensar más que en que no tiene nada que ver con eso, es su vida y nunca la conocí como debiera o nunca me la quiso mostrar como tendría que recordarla.

Mi muerte no ha tenido nada que ver con mi vida y he muerto sin saber por qué.