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Ella y él

Tengo un pariente muy lejano, hijo de primos de mi madre o cosa tal. Este hombre, más o menos de mi edad, con mi mismo apellido, juega al fúbol (sí, fúbol sin 't' que es como se dice en mi pueblo.

Él tiene una novia. Llevan unos añinos juntos, no se cuantos, bastantes para lo que suelen durar estas cosas o cualquier cosa en manos de una mujer. Ella es una marquesa, duquesa o algún rango mayor de la nobleza. Cuando yo empecé a trabajar ella ganaba más de la paga mensual que le daban sus padres que yo trabajando ocho horas y pico al día. Era un poema oirla decir que empezó a salir con él por el coche.

Él juega al fútbol pero nunca salío de tercera regional B preferente o como carajo se llame. Cobrará el mínimo por hacer lo que haga y poco más. Está bien porque está mantenido igual. Él vive con sus padres y ella con los suyos. Están mantenidos. Ninguno tiene más beneficio que ese. Son tal para cual. Él es muy feo, debe de ser cosa de familia, alto y desgarbado aunque se mantiene fuerte por aquello de que entrena. Ella es guapa, de ojos grandes, piel blanca y de pelo seco, largo, rubio oscuro.

Hace unos años se les veía hablar y mirarse con esa complicidad. Ella y él iban de la mano a todas partes. Los volví a ver últimamente, que paseé por mi pueblo. No hablaban. Incluso los ví en una cafetería. Él leía el periódico y ella se tomaba un café mirando a la luna detrás de la que pasábamos por la calle.

Me pareció rara la escena porque cuando acabamos COU, él apenas sabía leer (lo prometo por mi honor) y ella es licenciada en minas o no se qué pollas en vinagre: Si alguien leyese un periodico, sería ella.

Iban caminando un día sin decirse nada, uno al lado del otro como con desdén, como si no fuesen a la par y dos personas cualquiera coincidiesen al mismo paso. La cara de vinagre de ella se desvió al muestrario de una zapatería y se paró a echár más ojos al género. Él siguió andando y no vió la maniobra, no la quiso ver, ya no iba tan atento.

Al rato ella levantó campaña y volvió a caminar, a su ritmo, a la misma velocidad que antes, sin prisa, mecánicamente, avanzaba sin querer como un fantasma de película mala al que arrastra el movimiento de la cámara. Él llegó al paso de cebra, se detuvo. Ella por fín le alcanzó, se paró y siguió mirando al frente. Perfectamente distribuidas las tareas, ella miraba al frente con aquellas pestañas espesas que le hacen parecer unos ojos enormes mientras él controla el tráfico, ve si paran y al dar su primer paso, como un resorte, como una sombra, ella da el suyo también.

Nunca tuvieron mucho que contarse, supongo, la trivialidad diaria es una hora para ir a trabajar una de entrenamiento y volver para él y un esperar a la muerte en casa de ella o ir a tomar café con las "amigas" a hablar de lo "putas" que son las "amigas" que no están presentes que es, mayormente, la conversación que tengo escuchada a las mujeres cuando toman café sin hombres conocidos delante.

Él de un pueblo, ella del de al lado. Él fútbol y nada más, ella ropa y poco más. Domingos a la plaza, a él no le gusta el cine inteligente. Café de media tarde, a ella no le gusta pescar. Él no lee. Ella no ve fútbol por la tele.

Hay Dios en el mundo porque, quizá no haya casualidades como estas en las que dos vidas tan vacías se compenetren tanto como para llevar años así.

Ella y él son como aquella pareja al azar que se sacó Woody Allen que nunca piensan y por eso son tan felices y se llevan tan bien.