Quizá desapego del mundo, abandono del dolor, del sentir. Ah, merecido, merecido descanso.
Ya nada es lo mismo, ahora todo es igual. La muerte no distingue quién fue mejor o peor.
Lo únio que veo ahora es que quien, como yo, dedicó su vida a mirar la de los demás estará irónicamente condenado a seguir haciéndolo por lo que dure la oscuridad. Va para largo.
No hay días. No hay luz ni sombra y es todo sensación y, quizas, recuerdo. Conoce uno las almas como uno sabe cuándo llega el otoño: hay un aroma, un tono de luz, un viento, una cierta aun agradable temperatura. Pero aquí aprecia todo eso como se conoce una cara en un sueño. Sabes que es él. Sabes que ella está ahí pero su rostro es sólo un óvalo blanco sobre un cuerpo pintado por Dalí, por Munch, largo uniforme, liso, colgante, deforme en fin, grotesca caricatura de lo que para uno es alguien dentro del no saber que es dormir.
Pues he muerto.